Manuel era seductor, inteligente y deportista, atravesó caminos propios y los que demandaba, también, el
país de la juventud maravillosa. Fue el primer hijo, el primer nieto. Fue siempre el primero: muy deseado y muy
estimulado.
Manuel fue creativo publicitario, poeta, golfista, abogado, defensor de presos políticos, guitarrista amateur en
peñas peronistas, dirigente montonero y entusiasta equilibrista del monoesquí por los delgados canales del
Delta, donde hacía piruetas y mostraba sus destrezas en un solo esquí sin quilla.
A los 15 años se pagaba él mismo sus sesiones de psicoanálisis dando clases de guitarra. Leía
desaforadamente a poetas disímiles, desde el cubano Nicolás Guillén al peruano César Vallejo
pasando por nuestro Oliverio Girondo.
Al mismo tiempo, estudiaba teatro con Lito Cruz y Derecho en la UBA. Ganaba plata como creativo y militaba en movimientos de
base. Escribía cuentos delirantes que, por momentos, parecían impregnados de la prosa tranquila de Haroldo
Conti.
Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores que creó Alejandro Dolina para sus Crónicas del Ángel Gris,
está inspirado en Manuel Evequoz, en su retórica y en las anécdotas disparatadas que vivieron los dos
trabajando juntos, Evequoz y Dolina, en una oficina de Proartel, el viejo canal 13 de Goar Mestre.
Manuel (Evequoz) y Alejandro (Dolina) fueron muy amigos; esos compinches de la oficina, del bar, de las salidas nocturnas y
las vacaciones. Juntos escribieron cuentos, canciones, obras de teatro y hasta una operita.
Manuel Evequoz participó activamente en la asociación gremial de los abogados y ayudó como profesional a
crear la agrupación sindical de los historietistas y guionistas del cómic. Allí se vinculó con
Guillermo Saccomanno, Carlos Trillo, Carlos Marcucci y Fernando Braga Menéndez, entre otros, y acompañó
el proyecto de ley de agremiación que el entonces diputado Julio Bárbaro presentó en la Cámara
baja.
Manuel, como tantos miles, creyó en la Revolución, en el "luche y vuelve", en el retorno definitivo de
Perón y en la patria socialista de la mano del General y los Montoneros. Tenía sueños y deseos de
justicia. De pibe, en el colegio, había conocido al padre Carlos Mugica, quien también le inculcó las
ideas de un país más justo, libre y soberano. Manuel Evequoz cambió de clase social y con su trabajo
político llegó a los pobres. Como abogado defendió a militantes como Alberto Miguel Camps, de las FAR y
sobreviviente de la masacre de Trelew. También, a Juan Pablo Maestre de la Juventud Peronista.
Manuel Evequoz era un enamorado de la vida, de las mujeres bonitas y de la justicia social. Era, también, un
porteño de la calle Corrientes, del cine Lorraine, del bar Ramos y de los tuco y pesto de Pippo. Era un muchacho de
Palermo que los fines de semana se iba con una lanchita a navegar. Su nombre resume el espíritu de la Juventud
Peronista de los 70, a esos hijos del antiperonismo familiar que recalaron en Ezeiza para esperar a Perón. Pero el
General volvía con López Rega e Isabel, y con el palco dominado por Osinde y el Comando de Organización.
Manuel también pasó a la clandestinidad y "desapareció" como otros 30 mil argentinos y argentinas. La
tragedia ocurrió en la estación Ramos Mejía, en noviembre de 1976. Una cita envenenada, una "pinza" en el
andén de la estación... y el resto fue silencio. Nunca se supo si lo mataron allí en un enfrentamiento o
lo llevaron con vida a la ESMA. Un llamado anónimo indicó que lo había levantado la Marina o la
policía de la provincia de Buenos Aires. Lo que sí se sabe es que el sueño de Manuel continúa
despierto con los ideales de la juventud. Las "partes de Manuel" siguen volando al viento y echando nuevas semillas a su paso.
Por su hermana Evita, original publicado en Crítica Digital.